martes, 24 de agosto de 2010

A tres años del "Día del Infierno"


A tres años de la tragedia del Ycua Bolaños no puedo olvidar y creo que nunca dejaré de recordar las escenas que pude observar cuando en la mañana de aquel domingo 1 de agosto del 2004 me trasladé hasta el sitio del siniestro. "¡Hay que romper la puerta de vidrio!", "¡hace falta un camión para atropellar y quebrar ese portón!", "¡mi hermana está ahí!, ¡por favor!", eran algunas de las desesperadas frases repetidas a gritos por quienes llegaron instantes después de producirse el desastre. Aquella jornada fue el "Día de Infierno".
"Esto no es un incendio cualquiera, esta es una tragedia nacional, hay que movilizar al país", expresó un señor que, mientras nerviosamente manipulaba su teléfono celular, aseguraba haber abandonado el interior de lo que en esos momentos era un gigantesco crematorio.

"Compañero, por favor, soy periodista y necesito información, no sueltes el tubo de oxígeno ni hagas esfuerzo, te haré unas pocas preguntas. Contestame con gestos o cerrá los ojos cuando la cantidad que digo se aproxima a lo que viste", manifesté a un exhausto joven bombero que en el suelo era asistido por sus compañeros tras salir del interior del local incendiado hasta donde ingresó para rescatar a los atrapados.

"¿Viste muchos muertos?", le pregunté y en señal afirmación cerró sus ojos. "¿cuantos creés que son?, ¿sesenta, setenta, ochenta?", le repetí. El bombero no contestó pero me miraba fijamente. "¿hay más?", volví a preguntar cuando en señal de otra respuesta afirmativa parpadeó dos veces al tiempo de hacer gestos indicando que en el interior del supermercado había muchos fallecidos. "¿Doscientos, trescientos?", repregunté cuando el joven socorrista volvió a cerrar sus ojos un par de veces indicando que el número de víctimas fatales cifras aproximaba la cifra que pronuncié. "¡Trescientos muertos¡, esto es una calamidad, debo llamar ahora mismo al diario", grité sin darme cuenta, para sorpresa de quienes con una bombona portátil proporcionaban oxígeno a mi informante.

"¡Son trescientos muertos, esto es grave!, hay que movilizar a todos", alerté por el teléfono celular al secretario de redacción de guardia y de inmediato regresé junto al bombero para hacerle más preguntas.

Ya tranquilo y recuperado, gracias a la dosis de oxígeno que recibió, pude hablar con el socorrista. "Creo que habrían más de trescientos muertos, es desesperante", comentó el bombero al revelar haber observado a personas abrazadas que ardían en el piso mientras otros "estallaban en llamas" junto frascos de aerosoles y latas que contenían algún combustible.

"No puedo más, espero me disculpes, me siento mal", se excusó el bombero antes de agradecerle por los datos revelados. Después me dirigí hasta el sitio del incendio.

"¡Salí de ahí!, !es peligroso!, el humo puede dejarte inconsciente", gritó un bombero y dos agentes policiales me sacaron por la fuerza desde la boca del orificio abierto en la pared del local sobre la calle Artigas. Me expulsaron del lugar, pero pude comprobar las afirmaciones del joven bombero que ofreció los primeros datos de la tragedia.

Personas tiradas en el suelo, de cuyas ropas salían humo y fuego, gritos de desesperación y gemidos de dolor que se confundían con los crujidos que producían las llamas, formaban parte de aquella escena. Incontables inertes cuerpos humanos desnudos parecidos a maniquíes, encimados y mezclados con mercaderías de supermercado, también conformaban el cuadro.

Después de la expulsión regresé al sitio de rescate porque necesitaba tener idea de la dimensión del desastre. Tras sortear algunas vallas de seguridad, desde otro ángulo del edificio pude mirar su interior y ver en vivo el verdadero infierno: Desesperados bomberos lanzaban chorros de agua de sus mangueras sobre grupos de seres humanos que ardían como leñas en un gigantesco horno.

Aquello era un verdadero averno en la Tierra. Yo me sentía como un corresponsal que necesitaba conocer la morada del Diablo para cumplir la misión de escribir una crónica sobre lo que sucede un día en el infierno

"¡Dice que tiene sed, traigan agua!, dijo en otro momento un socorrista cuando con un agente policial se disponía alzar a un móvil policial a una mujer que lograron salvar. La rescatada no pudo beber porque cuando le arrimaron una jarra con agua, ella parpadeó, quedó con los ojos abiertos, la piel de su cara se desprendió y dejó de respirar.

Pasaron las horas, cayó la tarde, llegó la noche y según el informe oficial, el siniestro dejó más de 300 víctimas fatales e indeterminado número de lesionados. Más tarde, ya se hablaba de 400 pérdidas de vidas humanas.

A tres años del infausto episodio, es triste pero vale la pena recordar aquellas trágicas escenas porque servirán para reflexionar, recordar a las víctimas y formular interrogantes como estas:

- ¿Porqué ocurrió la tragedia del Ycua Bolaños?.

- ¿Qué nos enseñó esa desgracia?.

- ¿Quiénes son los responsables del desastre?.

- ¿Qué hizo la justicia?.

- ¿Qué espera de la justicia sobre este caso?.

- ¿Qué opina ?.

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